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Véndame el corazón (cap. ii)

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Capítulo II

Si era cierto que no había pasado nada, aún había esperanza. No quería que su recuerdo de mí, en lo íntimo, fuera tan embarazoso. ¡A penas recordaba como subí a su auto, no podía imaginar cómo me habría comportado en el sexo!

Se acercó a mí, y comenzó su relato:

  • “Apenas llegamos al departamento, comenzaste a quitarte la ropa … y me repetías una y otra vez que habías esperado ese momento toda tu vida.”, dijo, entre risas.

Me sentí terriblemente humillada. Mi corazón empezó a doler, tanto, que solo pensaba en como romper los principios de la física y, simplemente, desaparecer de ahí.

  • “Luego me pediste que te lo diera … duro, como jamás lo había hecho ningún hombre contigo. ¡Estabas totalmente desnuda frente a mí! … y créeme, estuve a punto de caer. Pero soy un hombre fuerte, y te dije que no era lo correcto. Entonces me dijiste un montón de groserías, y te fuiste a mi cuarto, a dormir.”
  • “¿Es en serio? … ¡qué vergüenza!… ¡queeee verguenzaaaa!”, le dije mientras me cubría el rostro con las manos. No podía verle a la cara, luego de conocer mi actuación tan bochornosa.
  • “Es una broma, tontita, no pasó nada. No hicimos nada, y no te desnudaste … aunque esa imagen mental estuvo muy, pero muy buena.”, dijo entre carcajadas.
  • “¡¡¡Queeeeeee!!! …”

Quería matarlo… por la humillación, por la vergüenza, por su mentira, y por las falsas expectativas. Me abalancé hacía él como lo hacía cuando éramos jóvenes, y le sacudí de los hombros.

  • “Eres un imbécil, un imbécil …”, le dije bastante molesta, pero aliviada.

Y ambos reímos … como antes. Empecé a comer más tranquila luego de saber que no hice semejante espectáculo. Él hacia bromas, sobre mi escaso sentido del humor y como la gran ciudad me había cambiado, intentando calmarme. Y, al final, lo logró. Cuando terminamos de desayunar, puso su silla muy cerca de mí, y empezó a hablar de lo sucedido, nuevamente.

  • “La verdad es que yo tuve que ayudarte, para que pudieras quitarte la ropa.”, dijo bastante serio.
  • “Es un chiste, ¿verdad?”, respondí, nuevamente preocupada.
  • “No, no lo es. Cuando llegaste, me pediste café cargado, muy insistentemente. Te lo preparé y lo dejaste caer sobre ti … y estaba muy, pero muy caliente. Como te quemaste, trataste de sacarte la ropa desesperadamente, pero no podías… ¡estabas tan ebria, que te caíste intentándolo! Fue un momento muy gracioso.”.

Señaló una parte de mis piernas visiblemente marcada, y que además ardía. Llegado a ese punto, no sabía si quedarme con esta historia, o con la anterior. ¿Cuál era menos vergonzosa?, ¿cuál me permitía retirarme de su departamento, con un poco más de dignidad?

  • “Ya entendí, … entonces, ¿tú ayudaste a sacarme la ropa y luego me llevaste al cuarto a dormir … verdad?”
  • “No exactamente. Te voy a contar lo que pasó.”, dijo mientras ponía su rostro muy cerca al mío, y me acariciaba el cabello.

Él hacía esa rutina en el pasado: enroscaba mechones de mi cabello cuando iba a decirme algo que no tomaría nada bien. Se mantuvo en silencio, buscando las palabras precisas para no lastimarme.

  • “Soy una mujer ahora, Franco, puedes contarme lo que pasó. Te prometo que sea lo que sea que haya pasado entre los dos, voy a ser fuerte.”

Le mentí, ¡no era nada fuerte!, y él lo sabía. Sus palabras iban a lastimarme, y no estaba lista para ellas. Pero debía enfrentar las consecuencias de mis actos, y demostrarle que no era la chiquilla que conoció hace años.

  • “Yo te ayudé a que te quitaras la ropa. Luego me dijiste que te ardía la piel, así que busqué una compresa fría. Y cuando te la di, para que lo usaras en ti, me pediste que yo lo hiciera …”, e hizo una larga pausa, mientras tomaba aire y se humedecía los labios, “… sabes, ¡jamás había pasado por algo así! Estabas recostada en mi cama, casi desnuda … y terriblemente hermosa … con tu pequeña ropa interior de encaje, y me pedías que pasara mis manos por tu pecho, por tu vientre, por tus largas piernas. Así que lo hice… ¡y vaya que me costó!”, me respondió.
  • “Y … ¿eso fue todo?”, pregunté, algo decepcionada.
  • “No. Cuando terminé, intenté cubrirte con la sábana, y tomaste mi mano. Me pediste que lo hiciéramos … que siempre lo habías querido. No lo medité muy bien, porque estaba tan, tan excitado, ¿si me entiendes? Todo ese preludio me encendió, y ¡no pude evitarlo! Me saqué rápidamente la ropa, y luego te desnudé. Mientras tú me sonreías, yo disfrutaba del roce de mis manos por tu cuerpo. Y mientras te besaba, te tocaba lentamente … y con mis labios te recorrí toda.”

Mientras contaba la historia, sentía morirme. ¿Cómo no podía recordarlo? Lo que había pasado me superaba, me dolía … y me quemaba profundamente.

  • “Estabas vulnerable y dispuesta… ¡perfecta! Podía haberte tomado a mi antojo y no te habrías resistido … pero tampoco lo habrías disfrutado plenamente. En el fondo yo sabía que no era lo correcto, porque tú no estabas totalmente consciente de lo que pasaba. Así que respiré hondo, te cobijé y me fui … eso es todo lo que pasó.”

Durante su relato, sentí como sus ojos me atravesaban … me quemaban. ¿Cómo pude estar ebria?, y ¿cómo dejé que se fuera? Lo había deseado tanto, y por tanto tiempo, que era lógico que se lo haya pedido. Aquella vez, cuando jóvenes, le pedí que me mostrara el mundo … ¡y yo esperaba recibir mucho más que un simple beso! Pero aún era muy joven, y no supe como pedírselo. Y pensándolo bien, aún ahora, no sabía cómo hacerlo. Tal vez tenía que ser así, y debíamos ser solamente amigos.

  • “Gracias, por ser un caballero y respetarme.”, le respondí sonrojada y muy avergonzada.
  • “La próxima vez no correrás con tanta suerte.”, me dijo, luego de besar dulcemente mi mejilla.
  • “No creo que haya otra oportunidad … ¡debiste aprovecharla!”, le dije en tono de broma, para romper el ambiente tenso de la conversación.
  • “Solo debes pedírmelo, de preferencia sobria, y te prometo que lo tendrás.”, dijo seriamente.
  • “¡Qué dices!, ¿acaso no te importa nuestra amistad?”, le cuestioné.
  • “No eres tan buena amiga … tú mismo lo dijiste”, me contestó, mientras sonreía pícaramente.

No lo era, una amiga no se comporta así. Me vestí rápidamente, pues estaba muy abrumada por nuestra conversación. Él estaría pensando lo peor de mí, de mi moral … y de mis sentimientos. Hace pocos días había salido huyendo de mi matrimonio, y ya me encontraba buscando un amante. ¿Quién hace eso? Debía tranquilizar mi mente, o enloquecería ante la tortura de la realidad.

  • “¿Y dónde estás viviendo?”, preguntó.
  • “En casa de mi madre”, respondí.
  • “¿Ella sabe lo de tu esposo?”
  • “No. Jamás lo entendería. No quiero que lo sepa, te lo ruego.”
  • “No te preocupes, para eso estamos los amigos.”, respondió, mientras me abrazaba.

De pronto, sentí nuevamente el abrazo cálido y tierno de mi viejo amigo. Me tranquilizó sentirlo de esa forma, pues él era un excelente amigo, el mejor… pero jamás sería una buena pareja.

  • “Y, según tu madre, ¿qué estás haciendo aquí en la ciudad?”
  • “Le dije que venía unos días de vacaciones. No supe que más decirle. Eventualmente tendré que decirle la verdad … no podré sostener la mentira por mucho tiempo. Pero lo más importante ahora es que no tengo trabajo, y debo buscar uno ¡urgentemente!”, le respondí.
  • “Mientras lo haces, puedes ayudarme en el bar. Necesito alguien que me ayude con la contabilidad, y también con la limpieza de las mesas al cerrar. Claro, si tú estás dispuesta …”
  • “Gracias … ¡eres el mejor!”, le dije, abrazándolo del cuello.
  • “No, ¡tú lo eres!”, respondió, retirando mi cabello del rostro, y atravesándome nuevamente con su mirada.

Era tan confuso lo que estaba surgiendo entre los dos. Yo quería que sus hermosos ojos se quedarán así, sobre mí, para siempre. Pero a la vez tenía miedo de perderlo, como amigo. Porque no era un hombre del cual enamorarse: jamás entregaría su corazón, jamás se comprometería, y si yo me entregaba a él, no podría resistir su abandono. Varias horas después, al llegar a casa de mi madre, recibí una desagradable bienvenida. 

  • “¡Así que eres amante de Franco! … ¿acaso estás loca? ¡¡¡Abandonaste a tu esposo, y ahora te metes en la cama de ese mujeriego!!! Tu esposo llamó esta mañana, y se lo conté todo … ¡todo! Dijo que empezaría el trámite de divorcio, para que ambos sean libres, … y es que debe estar tan decepcionado, como me he sentido yo de ti, siempre. Quiero que recojas tus cosas, y salgas de mi casa … ¡¡¡ahora!!!”

Se había enterado de mi salida con Franco, seguramente a través de algún conocido que estuvo en el bar. Así que me echó a la calle … y no pude decirle nada, ni siquiera me dejó hablar. Tenía lista mis maletas en la puerta, y no tuve más alternativa que tomarlas e irme.

Alquilé un cuartito de hotel, cerca del bar. Gracias a Franco, iba a poder mantenerme el tiempo suficiente para buscar un trabajo más adecuado a mi profesión. ¡Ese era mi nuevo comienzo, y debía aceptarlo! Sería difícil, pero no imposible … él me había apoyado desde siempre, y podía sentirme segura a su lado.

En la tarde fui al bar, y me puse al tanto del trabajo. ¡Había mucho por hacer! Tomé su pequeña oficina para trabajar, y empecé a ponerlo todo el orden. No me había percatado de la hora, hasta cuando escuche ruidos en la bodega principal. ¡Era más de media noche!, y ya no faltaba mucho para cerrar. Debía estar lista para limpiar las mesas y el piso del bar … era parte del trabajo. Fui a la bodega, a buscar el material de limpieza, y entonces lo vi. ¡Era Franco, con una mujer!

Los ruidos provenían de él y de una hermosa jovencita, teniendo sexo en ese pequeño y oscuro lugar. Sentí una fuerte opresión en el pecho, que me dejó sin aliento. Salí de ahí rápidamente, antes que se dieran cuenta de mi presencia. Esperé un tiempo para volver, entré y tomé rápidamente los utensilios que necesitaba. No puede evitar sentirme desilusionada, pero ¿por qué me sentía así? No éramos pareja, no éramos nada, más que amigos. ¡Era una tonta! … tonta e ilusa. 

  • “¿Cómo te fue con el papeleo?, ¿todo está en orden?”, preguntó.
  • “Aún es pronto para darte mis conclusiones, pero hay muchas cosas que debes cambiar para no tener problemas.”, se lo dije, un tanto molesta.
  • “¡Claro, hare lo que tú me digas!”, contestó.

Quería decirle que dejara de ser un conquistador, un promiscuo, y un ridículo. Que madurara y buscara una pareja, qué pusiera cerradura en la puerta de la bodega, o que buscara un mejor sitio para sus encuentros sexuales. Pero ninguna de esas palabras salió de mi boca, solo asentí con la cabeza, y seguí limpiando el lugar.

  • “¿Te pasa algo? Te noto algo extraña.”
  • “No, no es nada.”, le dije, evadiendo su mirada.

Salí entonces a tirar la basura en el callejón trasero del bar, el cual era un poco oscuro y siniestro. De repente, sentí sus manos sobre mis hombros, y me volteó hacia él.

  • “Me viste en la bodega, ¿verdad?”
  • “No vi nada de lo que puedas avergonzarte. Todo está bien.”, le respondí.
  • “No pasó nada. Solo fueron unos besos, unas caricias … nada más.”
  • “No me debes explicaciones de tus actos … es tu negocio, es tu vida, y puedes hacer lo quieras, no te detengas por mí.”, le dije.
  • “¿Por qué me ves molesta entonces?”, replicó.
  • “¡No me pasa nada!”, le dije, retirándome rápidamente.
  • “No lo hagas, ¡por favor … no lo hagas!”, me dijo, desafiante.
  • “No entiendo, ¿qué es lo que estoy haciendo?”
  • “No me mientas … jamás lo hagas. Todo el mundo miente, y lo puedo soportar. Pero de ti, ¡jamás!”, respondió muy alterado.

Lo miré, y mi corazón enfurecido se calmó. No podía mantenerme distante, pues lo quería, demasiado. Lo tomé de la mano, y le besé en la mejilla. Respiré profundamente, y me disculpé.

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Fhernanda Oravia (pseudónimo) ha encontrado su voz en el fascinante mundo de la literatura erótica. Con una pluma que combina sensualidad y profundidad emocional, explora las complejidades del deseo, el romance, y la fantasía, creando relatos que cautivan a lectores y lectoras por igual. 

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