HomeTe odio y te deseo – Cap. VIII

Te odio y te deseo – Cap. VIII

Capítulo VIII

Importante:

El contenido ofrecido de forma gratuita es únicamente para uso personal. No se permite su reproducción, redistribución ni uso comercial sin autorización expresa del autor. Al acceder a este contenido gratuito, aceptas los términos completos de uso descritos en la obra.

  • “¿Lo hiciste por los dos?, ¿A qué te refieres?”, le dije.
  • “Me dieron dos opciones en la empresa: quedarme aquí como directivo, o abrir una nueva oficina, mucho más grande e importante, con un mejor cargo, un mejor sueldo … pero lejos, muy lejos de aquí, y me era imposible llevarte conmigo. Tuve esas dos opciones, frente a mí, y te elegí a ti, ¡¡¡a ti!!!  sobre mis propios intereses. ¿Qué otra prueba necesitas? Lo haría todo por ti, todo … ¡¡¡Por seguirte viendo, por pelear contigo, por hacer el amor contigo, por encontrarnos de cualquier forma, por … !!!”

Y le besé. Tuve que hacerlo. Le di un beso tierno, tomando sus mejillas con mis manos, tratando de apagar su ira y su desesperación. Lo llevé hacia mí, y me senté en su escritorio, abriendo mis piernas para abrazarlo con ellas. Le saqué la camisa lentamente, y empecé a besarlo en el cuello, apasionadamente, mientras le susurré al oído:

  • “Correcto. Ahora eres mi jefe. Tomaste esa decisión por el bien de los dos, y lo entiendo. Así que dime, ¿qué puedo hacer por ti?”, y lo miré, desde mi alma.

Sonrió, pícaramente, mientras me tomaba del cabello. Suspiró profundamente, y me miró tanto … que me devoró con sus ojos.

  • “Tienes un gran potencial, solo debes enseñarme lo que tienes.”, me dijo agitado.

Lo aparté lentamente con una de mis piernas, y comencé a abrir mi blusa, mientras él abría, ansioso, el cierre de su pantalón. Me saqué las pantimedias, y la ropa interior, y abrí más mis piernas, para que pudiera verme. Luego tomé mis dedos y, como me lo había enseñado, los humedecí en mi boca, y empecé a tocarme a mí misma. Él me veía, con descaro y deseo, mientras mordía sus labios.

  • “¿Está bien así jefe, o más rápido?”, le dije, muy, muy excitada.
  • “Creo que vas a necesitar de mi ayuda, por esta vez.”, me dijo sonriendo. “Bájate, y date la vuelta, pero no pares de tocarte, mientras te penetro.”

Me tomó por detrás, muy fuerte, pero uso una de sus manos para guiarme mientras me masturbaba. Luego me volteó, y arrancó a la fuerza mi blusa y mi brasier. Me recostó sobre su escritorio, lamió y mordió vigorosamente mis senos y levantó mis piernas para penetrarme intensamente por delante. Después, me bajó de su escritorio, y me puso de cuclillas frente a él. Me hizo chuparle profundo, muy profundo, hasta el punto de faltarme la respiración. “Mírame, mírame a los ojos, por favor”, me pidió como una súplica. Yo lo hice, mientras sentía su miembro duro arder dentro de mí, hasta venirse en mi boca. Fue extremadamente duro, y apasionado, como si su posición de poder lo hubiese empoderado más sobre mí. Me dejé llevar, y lo sentí en cada centímetro de mi piel. Sentí su poder, y sentí su pasión, de una forma muy distinta. Me levantó del piso, me abrazó fuerte y, mirándome a los ojos, me dijo “Te amo, tanto … nunca lo olvides”. Yo había cedido a él como una hoja al viento, dejándome arrastrar, y amándolo en cada centímetro del recorrido.

  • “Hemos hecho tanto ruido, que alguien debió escucharnos.”, le dije avergonzada.
  • “No te preocupes, yo me encargué de que nadie estuviera fuera, antes que tu entraras.”, me dijo, con su sonrisa burlona, mientras yo me vestía apresuradamente.
  • “¿Tú previste que esto pasaría?”, le cuestioné.
  • “Si”, respondió.
  • “¡¡¡Eres tan arrogante!!! Te crees tan irresistible, que sabías de antemano que íbamos hacerlo aquí, en tu nueva oficina, sin importar quien estuviese fuera, y que llegaran a pensaran lo peor de mi … ¿acaso fue así?”, le cuestioné alterada.
  • “Pues, si te digo la verdad, sí. Yo estaba seguro que pasaría, a pesar de todo.”, contestó en tono arrogante.

Arreglé mi ropa, sin decirle más. El buscaba respuestas sobre mi cambio actitud, pero yo estaba muy ofendida. Salí de su oficina, y del edificio rápidamente, como si huyera de mis peores delitos. No podía creer que él me viera así, como una mujer tremendamente tonta y fácil. Era cierto, si, ¡¡¡yo siempre había estaba dispuesta!!!, jamás le había negado la cercanía de mi cuerpo, pero mi mente no entendía como podía prever mi fascinación por él, de una forma tan cínica. Al decirle que lo amaba, le había entregado el control total de mí, y con ello, yo perdí el control sobre lo nuestro.

Llegué a mi departamento, llorándome el orgullo. Me sentía completamente desnuda, en mi vergüenza. Él me llamaba incesantemente al teléfono, pero no podía oírlo, mucho menos verlo, pues mis pensamientos me estaban ahogando. Mi constante falta de carácter me hacía ver como un títere a la merced de sus caprichos. Dejé de ser la mujer fuerte y decidida que construí durante tantos años, la que prometí que jamás usarían otra vez. Y eso jamás me lo perdonaría.

Después de varias horas, lo escuche en la puerta de mi departamento. Parecía algo pasado de copas, por su tono de voz.

  • “Oye, linda, ábreme la puerta. Perdóname, ¿sí?, perdóname por todo …”, decía tras la puerta, mientras la golpeaba suavemente, una y otra vez.
  • “No te abriré, por favor vete … ¡¡¡Vete!!!, no quiero volverte a ver.”, contesté.
  • “¡No me iré! Es más, voy a empezar a quitarme la ropa frente a tu puerta. Si sales, me verás así, sin nada, y tendrá que venir la policía a sacarme de aquí.”

Y era muy capaz, lo sabía. Mi mente quería dejarlo hacer una más de sus idioteces, pero mi corazón no podía … dolía tanto tenerlo al otro de lado de la puerta y no poder verlo.

  • “Voy a salir, y conversaremos en tu auto. Dame un momento.”, le dije.
  • “Gracias hermosa. Te espero.”, contestó.

Bajamos juntos a su auto y, mientras caminábamos, noté que no estaba ebrio como yo pensaba. Una vez más, me había timado.

  • “¿Estás molesta conmigo, por mi arrogancia? Y yo creía que era una de las cosas que más te gustaba de mí.”, me dijo, de lo más insolente.
  • “No solo eres arrogante, sino también un mentiroso y un idiota. ¡Me engañaste para que bajara contigo, a penas has bebido! Te encanta tenerme bajo tu control, ¿verdad? …”, le contesté, muy dolida.

¿Cómo podía amarlo tanto, siendo así? Me tomó del cuello, besó y mordió apasionadamente mis labios.

  • “Perdóname amor, yo soy así. Pero no es por ofenderte, es solo que tú y yo sentimos lo mismo, ¿o me vas a decir que no? Yo sé lo que va a pasar entre los dos antes que suceda, porque me tienes loco por ti, y cuando te tengo cerca, no puedo evitar tocarte, y querer estar contigo. Te necesito tanto, así como tú me necesitas a mí. Sé que soy difícil de entender, pero no te mentiría sobre mi deseo, y el deseo que siento venir de ti.”
  • “No estoy segura de que tú y yo sintamos lo mismo.”, le contesté.

En ese momento, pensaba que lo suyo era algo físico, solamente. Sus palabras de amor eran la perfecta cortina de humo tras la cual yo le daría acceso a todo. Era imposible que él me amara así, como decía, tan profundamente, y de un momento a otro. Definitivamente, no podía creer en sus palabras.

  • “¡Yo no te amo desde hace dos meses atrás, no, no es así! Yo te amo desde el día que llegaste a la oficina. Cuando te paseabas por los pasillos con tu falda diminuta, y tus hermosas piernas, ¡deliciosas! Y te reclinabas frente a mí, para hablar de tus informes, dejándome ver rápidamente la exquisita línea de tu busto, y tu inconfundible aroma. ¡Deseaba tanto poder tocarte, poder tomarte! Y cuando ganaste tu primer gran cliente, dejando a todos inquietos, porque demostraste ser más que una cara bonita … Una mujer totalmente deseable, bella e inteligente…”
  • “Espera, por favor, ¡no más!”, le dije, pues empecé a sentirme extraña con su historia.
  • “Cuando empezaron a molestarte los compañeros de la oficina, pues querían ver cual te llevaría primero a la cama … y tu no cediste jamás, porque le eras fiel al imbécil de tu novio, el que luego te dejó, por ser un imbécil, obviamente.”, me dijo, totalmente sumido en las emociones de su historia.
  • “¿Ganaste tú, entonces?”, le cuestioné.
  • “Jamás fui uno de ellos … yo te admiraba … y te admiro, mucho. Además, eso pasó hace muchos años ya, y con tu carácter todos se fueron dando por vencidos, menos yo. Sabía, en mi corazón, que ibas a ser mía, solo mía, algún día … No como un trofeo, sino porque te amo.”, me confesó.

Lo tomé del rostro, y le besé. Comprendí la profundidad de sus sentimientos, y como había jugado al cretino conmigo por tanto tiempo, solamente para que lo odiara, y así, poder apropiarse de mi mente y de mis sentimientos. Lo llevé de vuelta a mi departamento y dejé que se recostara en mi cama. Le quité la ropa, y me subí sobre él, para hacerle el amor.

  • “Gracias por amarme tan profundamente.”, le dije, mientras frotaba mi pelvis sobre su miembro duro.
  • “A ti, hermosa, por ser mía.”, me contestó.

Me tomó de los brazos, y me acostó sobre la cama. Me dijo que esa noche sería diferente, suave y dulce a la vez. Nos pusimos de lado, y me penetro por detrás suavemente, mientras con su mano me tocaba por vulva. Retiró su mano e introdujo su miembro en mi vagina, y lo hizo suave y constante, lento y delicioso, mientras besaba y mordía sutilmente mi cuello y mi espalda. Luego me volteó y se puso sobre mí, y mientras besaba mi pecho, introdujo sus dedos dentro de mí. Lo hacía lento, pausado, disfrutando de cada movimiento, y mi cuerpo se erizaba en él, totalmente. Tomo mis manos con las suyas, sosteniéndolas sobre mi cabeza, y empezó a besarme apasionadamente en el cuello, mientras su miembro arremetía con fuerza, dentro de mí. Justo antes del clímax, me preguntó:

  • “¿Me amas?, dime la verdad, … dime.”
  • “Si, te amo … tanto …”, le contesté.

Amanecimos juntos, pero de una forma diferente. Yo estaba segura de su amor, y él también del mío. Teníamos mucho por superar, en lo laboral, en lo personal, y en lo íntimo también, pero estábamos dispuestos a luchar por lo nuestro. 

  • “Y dime, ¿abriste tu regalo?”
  • “¿Cuál? Ahhhh … no. Lo olvidé por completo. Recuerdo que me pediste que esperara, hasta que tú mismo me permitieras abrirlo.”
  • “Es el momento, ábrelo…”, respondió sonriente.

En la caja había un paquete de condones y una tarjeta que decía “Todo lo que me pidas, para estar junto a ti, lo tendrás. Pero nunca me dejes.” ¡Amé el detalle!, así como amaba todo en él.

Pasaron varios años, antes de casarnos. Decidimos vivir nuestro amor solos, sin hijos, viajando y disfrutando del otro intensamente. Fuimos inmensamente felices, hasta que una fatal enfermedad lo arrebató de mi vida. En nuestro décimo aniversario, un amigo nos preguntó ¿cuál era nuestro secreto, para haber pasado tantos años juntos?:

  • “Ella me odia, con tanta desesperación, que el sexo de reconciliación es increíble.”, respondió descaradamente.
  • “… Y él me ama tanto, que siempre lo tengo esperando tras mi puerta.”, le dije, sonriendo.

Lo cierto es que teníamos la misma forma de amar, y nos encantaba devorarnos en la intimidad. El resto de la relación, lo pasamos entre peleas, discusiones, acuerdos, desacuerdos, pero todos terminaban en la noche, cuando nos abrazábamos a la pasión que sentíamos por el otro. Él me enseño el camino, y yo me tomé de su mano, para conocer el mundo. Si pudiera regresar el tiempo, cambiaría una única cosa: habríamos tenido sexo en el ascensor… ¡jamás lo hicimos! … fue lo único que dejamos pendiente, porque en todo lo demás nos entregamos por completo.

Fin

Si disfrutaste esta historia y te gustaría apoyar mi trabajo, puedes hacer un pequeño donativo. Cada aporte, por mínimo que sea, me ayuda a seguir creando y compartiendo relatos como este.

💛 ¡Gracias por leer y ser parte de esta aventura!

Fhernanda Oravia (pseudónimo) ha encontrado su voz en el fascinante mundo de la literatura erótica. Con una pluma que combina sensualidad y profundidad emocional, explora las complejidades del deseo, el romance, y la fantasía, creando relatos que cautivan a lectores y lectoras por igual. 

Todos los derechos reservados

Estas obras están protegida por las leyes de derechos de autor. No pueden ser reproducidas, distribuidas, adaptadas, almacenadas ni utilizadas, total o parcialmente, en ningún formato, sin el permiso previo y por escrito del autor.