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Te odio y te deseo – Cap. VII

Capítulo VII

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  • “Eres un tonto! Casi me muero de pensar que estabas mal … ¿cómo eres capaz de ser tan idiota?, ¿acaso no piensas en mí, en lo que siento? ¡¡¡No puedes ser tan egoísta!!!”, le grité al teléfono, a todo pulmón.
  • “Yo, en cambio, pienso que eres terriblemente hermosa. Cierro mis ojos, y es como si pudiera verte, frente a mí. Tu mirada llena de fuego, y tu cuerpo en el punto exacto para desnudarlo y tomarlo, totalmente. ¡Quisiera estar ahí, contigo, y sentir que me abrazas, aunque sea con tu enojo!”, me respondió, dulce y seductor.
  • “¿Por qué eres así conmigo?, ¡no lo entiendo!”, le cuestioné, totalmente desarmada por sus palabras.
  • “No voy a perderte, aunque eso signifique ganarme tu odio, una y otra vez. Debo estar en tu mente y en tu corazón de alguna forma, para que toda esta espera valga la pena, … ¿me entiendes?”
  • “Creo que sí.”, le respondí.

Nuestra relación se basaba en eso, en el furor de nuestras emociones. Claro que lo entendía, y tenía toda la razón. El silencio nos invadió por un momento, y solo escuchábamos al otro respirar. Comenzamos entonces a hablar sobre mis miedos, sobre las dudas que rondaban mi mente, y que temía a sus evasivas, porque sembraban muchos más temores en mí.

  • “No estoy lejos por un asunto amoroso o sentimental. Jamás te haría eso … no jugaría con algo tan delicado. No puedo decirte donde estoy, ni lo que hago, estoy limitado a hacerlo. En su momento te lo contaré todo, pero debes confiar en mí. Y puedes estar tranquila, porque no falta mucho para mi regreso. Pero … para serte honesto … si hay algo que debo confesarte.”
  • “¿Qué?”, le dije muy preocupada.
  • “En realidad, no me siento del todo bien.”
  • “¿Qué te ocurre?, ¿estás enfermo?”, respondí.
  • “En las noches, cuando llego a mi habitación, me gusta pensar en ti, y recrear lo que hemos vivido en mi mente. Pero entonces, empiezo a sentir un calor que me abraza desde el vientre hasta mis rodillas, las manos me sudan, y me llegan las palpitaciones. Siento que, si no hago algo al respecto para desahogarme, puede darme un infarto. Debes ayudarme, eres la única que puede.”

Ambos reímos del otro lado del teléfono, pero en realidad yo sentía exactamente lo mismo que él. La misma desesperación, y esas ansias por sentirlo cerca de mí, liberar mi cuerpo de todo el deseo acumulado desde su ausencia.

  • “Yo también siento lo mismo. Pero tú estás lejos, y no podemos hacer nada al respecto, … ¿o sí?”, respondí.
  • “Si quieres, puedo intentar recrear nuestra cercanía, de alguna forma …”, contestó, “… solo debes hacer lo que yo te diga”.
  • “¡Claro, haré lo que me pidas!”, le dije.

Me pidió que usara audífonos para escuchar la llamada, y que pusiera el teléfono junto a mí, en la almohada.

  • “Flexiona tus piernas, y ábrelas totalmente. Pon tus dedos medio y anular derechos, dentro de tu boca, y humedécelos totalmente, muy, pero muy bien. Cuando estén lo suficientemente húmedos, vas a usarlos en ti, como si fuera mi miembro, donde y como yo te diga. Me avisas cuando estés lista para empezar … ¿lo estás?”
  • “Si, lo estoy”, contesté.
  • “Imagina que estoy sobre ti, y te froto la vulva con mi pelvis, mientras me acerco a tu cabello, y beso enérgicamente tu cuello. ¡Siempre hueles muy bien, y sabes mucho mejor! Te abro la blusa, y chupo tus pezones, uno a uno, lentamente, … mientras con mi miembro te penetro despacio … hazlo ahora con tus dedos. ¡Dale!, mi miembro entra y sale de ti, suavemente, mientras muerdo tus senos delicadamente, y mojo tus pezones con mi lengua, los chupo y los siento arder… Ahhhh…  ¡¡¡eres tan deliciosa!!!…”

Aunque la llamada sexual fue muy placentera, no había nada en el mundo mejor que su cuerpo sobre mí, y su contacto físico. Cuando él me penetraba, podía sentir como me invadía su calor, el delicioso aroma de su piel, su corazón latiendo sobre mí, sus respiraciones, su humedad… en fin. Le dije que viniera pronto, que lo necesitaba, y prometió hacerlo.

Era un miércoles, y estaba lista para salir a trotar al parque. Al abrir la puerta, lo encontré a él, resplandeciente frente a mí, con un gran abrigo largo y terno oscuro. ¡¡¡Estaba guapísimo!!!

  • “¿A dónde vamos hermosa?”, me preguntó, besando mi boca y entregándome una hermosa rosa roja.

No pude hacer otra cosa, que lanzarme en sus brazos. Lo besé, mucho, y apasionadamente.

  • “¡¡¡Te extrañé tanto!!!”, le dije muy emocionada.
  • “Yo también, pero no tengo mucho tiempo. Necesito venirme en ti, antes de empezar este día. ¡No me digas que no!”, me dijo, al oído.
  • “Jamás lo haría… ¡te amo demasiado!”

Y se lo dije, sin pensarlo. Salió de mí como una revelación para ambos. Me miró a los ojos, profundamente, sonrió, y me entregó un apasionado beso. Luego me llevó hacia dentro, cerró la puerta, y me tomó contra la pared de la sala. Fue rápido, pero muy rudo, como aquello que haces con gran euforia y desesperación. Apenas se sacó su abrigo, y bajo su pantalón, entró en mí, y me llenó de placer. Olvidé, en detalle, todo que lo hicimos, porque fue breve, pero muy, muy intenso.

  • “No llegues tarde, por favor. Voy a estar esperándote.”, me dijo, mientras se arreglaba la ropa, y se prestaba a salir.

Después de nuestro apasionado encuentro, mientras me arreglaba para ir a la oficina, tuve tiempo para reflexionar en lo que había pasado. ¿Acaso me le declaré? ¡¡¡Si…, lo hice!!!, pero él no dijo nada… Pudo ser algo implícito, en el beso y en el sexo, pero no pronunció palabra alguna que confirmara su mutuo sentir. Otra vez, mi cabeza dolía por la culpa, y por las dudas. ¿Por qué lo hice?, ¿a qué parte de mi árbol genealógico le debo la humillación constante y la estupidez? ¡Debió ser el primero en decirlo, porque no podré estar tranquila hasta que me lo diga … y aún peor, si lo hace, voy a suponer que lo hace solo por compromiso!

Ya en la oficina, el ambiente se sentía extraño, y muy tenso. Yo había llegado un poco tarde, como siempre, pero decidí no hacer caso a los murmullos en los corredores, y ponerme a trabajar. Estaba segura que él me buscaría, así que debía tener el trabajo terminado, para ir a su encuentro, y hablar sobre lo ocurrido.

  • “Tenemos una reunión urgente con el jefe, en la sala de reuniones, a las 11am.”, comentó Claire.
  • “¿Estaba programada? Porque no he preparado ningún informe y …”
  • “No, no estaba programada. ¡Es urgente, así que prepárate!”, replicó.

En la sala de reuniones, todos esperábamos ansiosos, pero mi maldito amor no llegaba. No estaba por ninguna parte … había salido temprano de mi departamento, pero no aparecía por ninguna parte.

  • “Tengo el agrado de compartirles una gran noticia. Uno de nuestros mejores empleados es ahora socio de la firma, y comenzará a laborar desde hoy en la parte directiva”, exclamó el jefe, frente a todos los empleados. “Ven, y dirígete al grupo.”.

Sentí como un nudo empezaba a formarse en mi estómago. ¡Era él!, entrando por la puerta y saludando a todos en su calidad de nuevo jefe. ¡Por eso había pasado tanto tiempo fuera, y se ausentaba largas temporadas del trabajo sin ser despedido! ¿Cómo pude ser tan idiota, cómo no pude imaginarlo?

  • “Gracias a todos por su tiempo. Nos conocemos lo suficiente para no entrar en mayores detalles sobre mi forma de trabajar. Sabré valorar en Uds. la entrega total de sus esfuerzos a mis demandas. La excelencia en un principio fundamental de esta empresa, que no debemos perder. Pueden seguir en sus labores, mientras los llamo uno a uno a mi oficina, para que me pongan al corriente en sus actividades, y recibir directrices. Buen día.”

Ese fue su discurso de bienvenida, y en la mayoría de él había centrado sus ojos en mí, como si buscara mi apoyo, mi felicitación, y mi comprensión. Me sentía feliz por él, por su carrera, pero no lo estaba por mí. Sabía que esto no era bueno, pues ante cualquier fricción en lo personal, tendríamos roses en lo laboral. Yo no quería dejar mi trabajo … me había costado mucho llegar donde estaba. Y tampoco quería ser vista como una mujer que mantenía su trabajo a costa de relacionarme sexualmente con el jefe.

Casi todos habían pasado ya por su oficina, y uno a uno salieron intimidados por sus comentarios. En la sala se escuchaba hablar sobre un jefe extremadamente severo, inflexible … en fin. Ese era el hombre que yo conocía antes, el que odiaba profundamente, pero dentro de él estaba el otro, al que amaba. ¿Cómo pudo hacernos esto, cómo no me lo dijo antes? ¡No podríamos sobrellevar nuestra relación laboral y personal, sin perder la brújula!

  • “Disculpa por haberte dejado al final, siendo la primera persona que quería ver …”, me dijo, mientras cerraba la puerta de la oficina “… sé que es realmente tarde, pero debemos hacer esto, así que comencemos.”

Y hablamos de trabajo, durante un largo tiempo. Quedó muy claro que él no tenía problemas en diferenciar lo personal de lo profesional. Habló de mis puntos débiles, y como esperaba que mejorara mi puntualidad en el trabajo. Sentí que hablaba con el de antes, con el hombre severo y drástico, pero a la vez gran profesional, inteligente y capaz. Cuando terminamos, se sacó su impecable leva y la hermosa corbata azul noche que colgaba en su cuello. Se acercó a mí, me besó en la frente, … se transformó en el hombre cercano, que habitaba conmigo en la intimidad.

  • “¿Cómo te sientes, con todo esto?”, preguntó.
  • “No sé qué sentir … me tomó por sorpresa. Yo pensaba en muchas posibilidades, menos en esto.”, le dije apenas mirándolo.

Su puesta en escena era diferente, ahora era un directivo con grandes responsabilidades, al que yo debería rendir cuentas en lo laboral. No era alguien con quien se pudiese tratar suavemente para resolver diferencias, y eso podía afectarnos en lo personal, y en lo íntimo.

  • “¿Y qué piensas?”, me preguntó.
  • “¡Qué tal vez lo nuestro no podrá continuar, con todo esto! No me siento capaz de estar contigo, y arriesgar todo lo que he construido en esta empresa. No creo que pueda.”, le dije señalando su gran oficina y, con ello, su nuevo cargo.
  • “¿No te sientes capaz? Dime, ¿a qué le tienes miedo? ¡¡¡He hecho todo esto por ti, por los dos, de otro modo tendríamos que separarnos, y no puedo … ni siquiera pensar en eso!!! Dime, ¿qué quieres?, ¿quieres dejarme? ¡¡¡Dime!!!”, me dijo errático, como si un rayo le hubiese traspasado cuando le advertí sobre mis sentimientos.

Vi su desesperación y su ira, mientras mi corazón latía fuertemente. Deseaba rendirme en sus brazos y decirle que todo sería igual, pero no lo creía posible, y no entendía aún las razones de su decisión.

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No te quedes con la intriga… Descubre cómo continúa este apasionante relato y déjate llevar por cada emoción.

Fhernanda Oravia (pseudónimo) ha encontrado su voz en el fascinante mundo de la literatura erótica. Con una pluma que combina sensualidad y profundidad emocional, explora las complejidades del deseo, el romance, y la fantasía, creando relatos que cautivan a lectores y lectoras por igual. 

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