HomeTe odio y te deseo – Cap. III

Te odio y te deseo – Cap. III

Capítulo III

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Pasaron varios días, y él no llegó al trabajo. Pregunté si alguien sabía lo que le había ocurrido. Y entonces, me lo dijeron: se había reportado enfermo. Pero ¿por qué lo hizo?, ¿acaso sentía tanto remordimiento, que no podía verme? Si, debían ser sus remordimientos. Sin embargo, no podía ser injusta, pues lo que pasó también había sido mi culpa … y del alcohol, por su puesto. Mi plan, para pasar el futuro mal rato, era culpar al alcohol completamente … no había mejor opción.

En la noche, habíamos quedado con Liz para hablar en mi departamento. Conversamos un largo rato sobre su trabajo, que tanto odiaba, y sus terribles problemas sexuales. Y de pronto, me encontré perdida en los recuerdos.

  • “¡Heeeyyyy! … ¿Dónde estás? Porque aquí, no es.”, me reclamó.

Sí, si estaba ahí, solo que varios días atrás, con un hombre al que deseaba volver a sentir. Tuve que contarle lo que pasó, con lujo de detalles, pues ella era experta en interrogarme. Debo admitir que, mientras le contaba lo ocurrido aquel día, me parecía una historia extraña y excitante a la vez.

  • “Y, ¿cuándo lo volverás a ver? Porqué es obvio que quieres que termine lo que empezó.”, me cuestionó.
  • “No, eso ya quedó atrás… Es algo que pasó porque abusamos del alcohol. Tú sabes cómo me pongo cuando me desafían …. me desconozco.”, le respondí.
  • “Yo entiendo, ¡pero no me niegues que te fascinó!… Tienes una sonrisa que no puedes con ella, y se te nota extrañamente contenta. En tu situación, yo aprovecharía la conexión sexual entre ambos. Ya quisiera yo sentir esa atracción con mi novio, que me desnude y me haga vibrar. En quince segundos él hace y termina todo, y yo me quedo con las ganas.”
  • “Debes salir de esa relación, no te ves feliz.”, le respondí.
  • “Si, tal vez debería …”, contestó.

Pero ella jamás lo dejaría. Él era el hombre ‘perfecto’: tremendamente guapo, con un excelente trabajo, su familia la adoraba, era un caballero y hombre romántico, no era vicioso, ni mujeriego … más su único defecto yacía en la alcoba. Un defecto poco importante, tal vez, pero para una mujer que guste de su sexualidad, podía serlo todo. Ella intentaba darle poca importancia, porque ya había sufrido antes en el amor. Yo solo esperaba que ella se resignara, porque su felicidad dependía de ello.

Pasé el resto de la noche pensando en el consejo de mi amiga. Tal vez, tenía razón. Él me había confesado, entre líneas, su deseo por mí, y era algo obvio lo que yo sentía por él. Trataría entonces de hablar con él, a ver si podíamos conectar nuevamente … ¿qué podía salir mal?

Esperé entonces un par de semanas a que él aparecería, pero no lo hizo. Me hice a la idea de que, eventualmente, podía haberse marchado sin renunciar. ¡Pobre, la vergüenza quizás lo carcomió! Y lo entendía, porque él sobrepasó muchos límites. Era muy evidente que yo le atraía demasiado y esta situación lo superaba. Un día, sin embargo, pasaría lo impensable.

  • “Hola, ¿cómo estás? Te extrañé …”, susurró suavemente en mi espalda.

Quedé muda, completamente. Cuando volteé a verlo, era él, sin serlo. Se había dejado la barba, y el cabello también, un tanto largo. Y noté que me había quedado mirándolo, como una idiota. Y es que estaba tan distinto, no solo se le veía más atractivo … era su forma de mirarme: directa y penetrante. Se puso muy cerca de mí, y dijo:

  • “¿Vas a saludarme? O voy a tener que robarte un abrazo, o quizás un beso … de compañeros, claro está … “, y otra vez esa sonrisa idiota …. ¡era un maldito hermoso!
  • “No, claro … ¿Cómo estás?”

Le abracé y besé en la mejilla, tan rápidamente como pude, pero el movió sutilmente su cara, y me acerqué peligrosamente a su boca.

  • “Pensé que habías renunciado, por la vergüenza”, le dije, devolviéndole su sonrisita idiota.
  • “Vergüenza, ¿por qué?”, dijo muy serio, y asombrado.
  • “Porque nadie se ausenta un mes y regresa al trabajo, como si nada. Es muy cínico de tu parte, con todos tus compañeros.”, le respondí.

Se acercó nuevamente a mí, haciéndome retroceder hacia la pared más próxima. Siempre hacia lo mismo, y yo me dejaba someter a ese juego. Entonces volvió a susurrarme al oído, como aquella noche.

  • “Discúlpame, pero jamás pensé que me extrañarías tanto. Solo me pongo al corriente con los pendientes de la oficina, y retomaremos los asuntos que dejamos pendientes, te lo prometo.”

Y ya no sonrió. Miró mi boca y mis pechos como aquella noche, y yo solo sentí que mi cuerpo empezaba a quemarse. No pude sobreponerme a sus palabras, para responder a su descaro. Se alejó, y me dejó sola. Pasé todo el día inmersa en las tareas de la oficina, y en la idea de que, en algún momento, nos pondríamos “al corriente” con lo nuestro. No podía permitir que él me llevara de un lado al otro, a su antojo. Quería que lo hiciera, en la cama obviamente, pero no quería quedar sometida a sus deseos, sus horarios, o su tiempo. No lo permitiría.

Un par de días después, todo se había enfriado. Apenas cruzábamos el saludo, y él pasaba encerrado en su oficina. ¡Acaso era una tonta que había construido castillos en el aire! Sí, y él solo era un hombre que había jugado con mi deseo, pero que afortunadamente supo detenerse a tiempo. Luego de reflexionarlo, todo empezó a calmarse dentro de mí: las expectativas, los planes … y decidí romper mis pensamientos cíclicos sobre él. Ese mismo día, antes de salir de la oficina, llamaron a mi teléfono.

  • “Necesito hablar contigo, es urgente. Puedes venir a mi oficina? O, ¿voy a la tuya?”, me preguntó.
  • “No, en la mía no. En la tuya. En la mía no, … por favor.”, respondí nerviosa.

Se escucho como si estuviese concertando una cita para tener sexo. ¿Estaba tan desesperada?, ¿por qué no lograba cerrar mi boca cada vez que él me buscaba? y, sobre todo, ¿por qué lograba alterarme tanto?

  • “Claro, en la mía hay espacio suficiente, como para … charlar.”, y se burló de mí nuevamente.

Salí de mi oficina, directamente a acabar con él. Barrería con su dignidad, como jamás lo habían hecho en su vida. Me chocaba profundamente su forma de tratarme. Entré en su oficina, y cerré la puerta para que nadie me escuchara.

  • “Pon el seguro, por favor.”, me dijo, sonriendo.
  • “¡No seas tan arrogante … no soy tu juguete! ¡Apenas te tolero en la oficina, para que creas que voy a caer en tus brazos, como cuando estuve ebria! No quiero volver a verte, ni a escucharte. Solo vine a decirte eso, ¡porque me tiene cansada tu forma de tratarme!”, se lo dije, casi gritándole.

Pudo sentir mi desesperación y angustia en cada palabra … me sentí como una tonta. Y mientras yo hablaba, él se acercaba lentamente, intentando sacarme nuevamente de mi zona segura … pero esta vez no lo iba a permitir.

  • “No lo hagas, no quiero que te me acerques.”, le dije, imperativamente, mientras ponía mi brazo frente a él, para que se alejara.
  • “Yo seré tu juguete, si quieres. Solo debes pedírmelo, ¡aquí me tienes! No soy arrogante, solo que me encanta tu enfado, tu enojo me enciende, y no puedo disimularlo.”

Y me desarmó, completamente, de nuevo. No sabía que decirle, así que decidí dejarme llevar por sus insinuaciones. Al fin y al cabo, es lo que yo estaba esperando de él.

  • “Pero no, aquí no … los compañeros, … estamos en el trabajo … no es correcto. Nos van a ver, o a escuchar.”, le dije preocupada.
  • “Seguramente no hay nadie ya, es tarde y todos debieron irse. Pero créeme, si hay alguien, no nos van a escuchar, ni nos van a ver, yo me encargo.”, contestó muy seguro.

Estaba tan cerca, que podía sentir como vibraba su cuerpo. Yo solo quería aceptarlo … pero no podía permitir que alguien nos viera, aunque la sola idea que nos escucharan resultaba ser excitante. Puso a funcionar un viejo aire acondicionado que había en el pasillo, que hacía mucho ruido, y recorrió rápidamente todos los pasillos. Cerró la puerta con seguro, y me empujó sutilmente contra la pared.

  • “¿Quieres ser mía?”, preguntó, mirándome de esa forma que me encantaba.
  • “¡Si, lo deseo!”, le respondí.

Y cuando pensé que comenzaría a besarme, como la primera vez, se alejó lentamente y se me quedó mirando.

  • “Desvístete para mí, quiero verte.”

Quería tanto que me hiciera suya, que no lo pensé. Mientras lo miraba a los ojos, me fui despojando lentamente de toda mi ropa. Mientras menos ropa llevaba, más era el deseo que él mostraba por mí.

  • “Ahora, con tu mano tócate suavemente la vulva, de la forma en que tu quisieras que yo lo haga. Y con la otra toca tus senos. Déjame verte, excitada por mi deseo.”

Lo hice, ¡y me encendía tanto verlo mirándome! Ardía en deseo, me devoraba con sus ojos, lamia y mordía sus labios constantemente. Con una de sus manos apretaba el filo de la mesa, y con la otra, se tocaba. Hasta que ya no pudo más, y se sacó la ropa, rápidamente.

  • “Ahora es mi turno. ¿quieres que te penetre?”, me preguntó.
  • “¡Si!”, le respondí, entre gemidos.

Me puso contra su escritorio, y me penetró por detrás. Fuerte, muy fuerte. Era un dolor que me producía un placer inexplicable. Mis piernas temblaban, y yo solo le pedía más, y más, más duro.

Y lo hizo. Me volteó, volvió a penetrarme mirándome a los ojos… buscando mi fuego. Luego me besó, tan apasionadamente como aquella noche. Recorrió mi pecho con sus labios, y yo ya no podía más.

  • “Vente en mí… hazlo, ¡hazlo!”, me ordenó, enérgicamente.

Y lo hice, varias veces en realidad. Él tomó mi cuerpo como si, en realidad, fuese un juguete. Yo me sentía tan húmeda y saciada del placer, que hice caso de todas sus instrucciones, una a una. Me hizo suya tan vigorosamente que terminé exhausta, sobre el sofá de su oficina. Luego de nuestro apasionado encuentro, me invitó a cenar un lugar tan especial … que no pude negarme.

Mientras íbamos en su auto, nos quedamos mirando, y sonreímos. Él tomó mi mano, y la besó, como si fuéramos una vieja pareja de novios. Pero de pronto lo supe: ¡falté a mi promesa! Me dije a mí misma que no dejaría que me manipulara, y me fallé. ¿Era tan fuerte el deseo que sentía por él, que lo olvidaba todo? Cuando terminamos de comer, él me preguntó un poco preocupado.

  • “¿Te pasa algo? ¿Hice algo que te molestó, o te ofendió de alguna forma?”
  • “No, claro que no.”, le respondí.
  • “Entonces, ¿fui muy brusco? Tal vez hayas tenido muchos hombres, … y en realidad eres muy buena en el sexo, pero creo que la experiencia de tus anteriores amantes es, por mucho, escasa …”, y sonrió. Definitivamente, era un adorable maldito.
  • “La verdad no, no eran experimentados. Es que jamás se prendieron de mí en la cama, fue antes de llegar a ella. ¿Deberías entenderlo, o no?”, le respondí, sonriendo.
  • “Si, lo entiendo perfectamente.”, dijo algo serio, mientras me miraba a los ojos y acariciaba mi rostro.

Después de la cena, fuimos a mi departamento. Ofreció llevarme, y dijo tenerme una sorpresa. Se negaba a decirme lo que era, y la curiosidad me mataba.

  • “¿Dime qué es? Te lo suplico”, le dije.
  • “Me encanta que supliques.”, me respondió.

Jamás pensé sentirme así, tan atraída a él, no solo en lo sexual, sino en todo. En mis fantasías todo terminaba en el orgasmo, y luego me sumergía en una gran tristeza. Ahora me sentía plena, tan dispuesta a dejarme llevar. Mientras estacionaba el auto, comenzó nuevamente a mirarme con esos profundos ojos llenos de deseo.

  • “Vamos, que debes acostarte temprano.”, me dijo.
  • “¿Y mi sorpresa?”, le pregunté.
  • “Te la doy en el ascensor.”, respondió.

 

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Fhernanda Oravia (pseudónimo) ha encontrado su voz en el fascinante mundo de la literatura erótica. Con una pluma que combina sensualidad y profundidad emocional, explora las complejidades del deseo, el romance, y la fantasía, creando relatos que cautivan a lectores y lectoras por igual. 

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