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Lo que tus ojos no ven

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Capítulo I

¿Cómo me defino, a mis casi 21 años de edad? Pues ¡soy un espíritu libre!, me tomo la vida sin miedos, sin titubeos, y sin remordimientos. Soy así, quizás, porque siendo aún más joven me enamoré profundamente del mejor amigo de mi padre. Le entregué mi primer beso y mi primera vez, aun cuando no estaba lista. Confiaba ciegamente en él, pero ¿cómo no hacerlo?, si era un hombre maduro e inteligente, tal como lo era mi padre. Nuestra relación clandestina duró tan poco como mi inocencia en sus manos. Cuando advertí su desinterés absoluto por mí, busqué desahogar mi tristeza sobre el hombro de mi hermano mayor, como era costumbre. Al ver los ojos de mis padres llenos de dolor e impotencia, comprendí que el amor y yo jamás nos entenderíamos. Y así fue, durante mucho tiempo.

  • “¿Cuándo darás la gran fiesta? Papá me encomendó que te cuidara … tú sabes, por lo que pasó la última vez.”
  • “¡No necesito un niñero!”, respondí, bastante enfadada.
  • “Lo sé, pero se preocupa mucho por ti. Trata de entender.”
  • “Si te pregunta algo, dile que no volverá a pasar … que te asegurarás de ello personalmente. Y si quieres venir a verme, estás invitado, como siempre.”

Julián, mi hermano, siempre me acosaba con sus preocupaciones y con las de mi padre. Y a pesar de ser un poco pesado, lo adoro. Siempre está ahí para recoger mis pedazos y volverlos a unir, cuando algo se sale de control.

  • “¿Podría llevar a alguien?”
  • “¿Tienes novia?”, pregunté entre risas.

Mi hermano siempre ha sido inconquistable, y existe una larga lista de corazones rotos que dan fe de ello.

  • “No, tontita … a un amigo del internado. Está pasando conmigo desde hace unos días, y no quisiera dejarlo solo.”
  • “Claro … pero dime, ¿es atractivo?”
  • “¡Es mi mejor amigo … es como un hermano para mi … no quiero que le molestes, por favor!”
  • “¡Está bien! Tu amigo, casi hermano, es un hombre prohibido. Lo entiendo. Aunque créeme, el pensar que es prohibido solo provoca en mí una mayor inquietud por conocerlo.” dije, entre risas.
  • “Es un buen tipo, Lu, pero jamás se fijará en ti … eres una bebé. Solo prométeme que no te portarás mal, como acostumbras.”
  • “¡Lo prometo! Me comportaré.”

Dos semanas después, llegó el gran día: mi fiesta de cumpleaños, número 21. Invité a unas amigas y sus novios al departamento, y a un chico hermoso de la facultad, un año mayor, con el que deseaba celebrar íntimamente después de la reunión. Ya entrada la noche, faltaban pocos invitados, incluido mi hermano. Al revisar mi celular, encontré dos llamadas perdidas y un mensaje de voz.

  • “No voy a llegar, surgió una emergencia en el hospital. Sin embargo, le he pedido a Francisco que vaya a la fiesta. Por favor, recuerda lo que te pedí. Nos vemos mañana, y ¡feliz cumpleaños!”

¿Iba a venir su amigo, solo?, ¿acaso lo mandaba a cuidarme? Pensé, por un momento, en no dejarlo pasar … al fin y al cabo no era un familiar ni un amigo personal. Pero luego recordé la promesa que le hice a mi hermano, y reflexioné: ¡dale, no hay problema! … es solo el amigo de mi hermano.

La reunión no iba nada mal, a excepción de que mi cita no llegaba. Estaba muy molesta pues no había anticipado su ausencia, y me resistí a llamarlo. Decidí, sin embargo, que me divertiría al máximo, como siempre lo había hecho. La fiesta comenzó a encenderse cuando, de pronto, llegó Francisco.

A primera vista, tenía la estampa de mi padre: vestía un anticuado suéter de lana, camisa de cuello alto y corbata ancha, jeans clásicos y unos lentes bastantes gruesos. No pude evitar sonreírme cuando lo vi parado en la puerta de mi departamento.

  • “Hola, soy Francisco el amigo de tu hermano, es un gusto…”
  • “Claro que sé quién eres … pasa y sírvete un trago.”

Algunas horas después, y ya con varias copas encima, me encontraba sola bailando en medio de la sala. La mayoría de invitados estaban con sus parejas, y algo ebrios … a excepción de Francisco.  Él estaba más sobrio que la mayoría, parado en medio de la oscuridad, al fondo de la habitación.

  • “¿Acaso no te gusta bailar?”, le pregunté.
  • “No soy un buen bailarín.”
  • “Entonces, ¿te has pasado toda la noche, observándonos, y nada más?”
  • “Le prometí a tu hermano que te cuidaría … y solo te he observado a ti.”

No pude evitar notar que, debajo de esos enormes lentes, se escondían unos hermosos ojos azules. Su mirada era profunda y melancólica …  ¡me intrigaba de sobremanera!

  • “Entonces, ven conmigo … y podrás observarme de cerca.”

Tomé su mano, y lo llevé junto a mí, para bailar. Apenas se movía, más no paraba de mirarme. De repente, mientras yo bailaba y giraba, noté que se había sentado, bastante cerca de mí.

  • “¿Por qué te sentaste?”
  • “Te dije que yo vine a observar … no a bailar. Y desde aquí puedo hacerlo bastante bien.”, respondió.

¿Les ha pasado alguna vez que escuchan hablar a alguien y, de pronto, sus palabras son como un aire frío que les traspasa todo el cuerpo? Yo lo sentí así … tal vez eran sus profundos ojos azules, o su tono de voz.

  • “Entonces observa.”, le respondí.

Bailé para él, un largo rato, y toqué mi cuerpo, sutil y sensualmente. De reojo pude ver como intentaba contener su pudor, pero no pudo evitar sonrojarse. Luego, me acerqué al él y, sentándome en sus piernas, le quité los lentes y la ridícula corbata que llevaba. Él intentó detenerme, pero al final, no pudo resistirse.

  • “¿Y dónde está mi regalo?”, le pregunté al oído.
  • “No te traje nada, lo siento.”
  • “No importa … quizás, tu seas mi regalo esta noche.”

Intenté besarlo, pero me detuvo. Me miró a los ojos, y llevó sus labios dulcemente a mi frente.

  • “Eres una niña. Por favor, no hagas eso.”

El rechazo no era una constante en mi vida. La mayoría de hombres habrían reaccionado distinto, pero él … era definitivamente diferente.

  • “No soy una niña, soy una mujer…  ¿acaso no te gusto?”
  • “Eres hermosa … pero soy muy mayor a ti, y no soy tu tipo.”

No, definitivamente no lo era, y eso lo hacía más interesante.

  • “Si has hablado con mi hermano, sabes que amo los retos. Dime, ¿qué es lo que más te gusta de una mujer ¿su sonrisa, alguna parte de su anatomía en especial?” le dije, mientras acariciaba sus ondulados y oscuros cabellos con mi mano.
  • “Luciana … eres muy joven para entender. Pero, para mí, lo más interesante en una mujer está en aquello que los ojos no pueden ver.”

Clavó su mirada en mí, profundamente, sacudiendo mi ser en distintas formas. Sin haberme tocado, sentí sus palabras íntimamente, y no pude evitar sonrojarme.

  • “Ya debes volver con tus invitados …  pero tranquila, yo voy a estar pendiente de ti, para que no te pase nada.”, dijo retirando sutilmente mis manos de su cuerpo.
  • “Está bien, no te insisto. Sin embargo, esta conversación queda pendiente, ¿de acuerdo?”

Se sonrió, y asintió levemente con su cabeza. ¡Tenía una hermosa sonrisa, entre madura y pícara! Me levanté, y seguí hablando con el resto de invitados, pero no podía dejar de observarlo. Después de unos tragos, se quitó su ridículo suéter, y puso su mirada fija en el enorme ventanal frente a él.

  • “¿Qué te tiene tan triste? Si quieres, puedes contármelo. Soy muy buena para guardar secretos … y también para dar consejos.”
  • “Nada … o más bien, todo. No quiero hablar de eso…. mejor cuéntame, ¿cuántos corazones has roto ya?”
  • “¿Acaso es eso?, ¿te rompieron el corazón?”

Miró hacia piso, tratando de ocultar su mirada de la mía. Definitivamente era una mujer la que lo tenía deprimido. Pero no quería hablar de ello.

  • “Bueno, si no quieres hablar, entonces bailemos. ¡Has pasado mucho tiempo sentado en esa silla!”
  • “Me gusta más observar …”, dijo entre sonrisas.
  • “Y a mí, definitivamente, me gusta que me observes.”

Ambos reímos, avergonzados, y luego hubo un gran silencio. Estaba tan melancólico que le era imposible seguirme el juego. Comenzamos a hablar de su amistad con mi hermano, de la escuela de medicina, de su carrera … y aunque yo le preguntaba, él evitaba hablar de esa mujer. Me contó tantas historias de mi hermano, facetas de él que desconocía totalmente, pero que amé conocer. Sentía que mi locura no era solo mía, era algo que mi hermano entendía y que ambos compartíamos. Francisco, por su parte, parecía ser un hombre serio, tranquilo, y muy misterioso.

  • “¡Todos se han ido … no lo puedo creer!” dije, mientras observaba alrededor.
  • “¿Sí? … yo también debo irme entonces.”
  • “No debes. Es decir … si quieres, puedes quedarte …”, y me sonrojé, no pude evitarlo, “… si quieres quédate un poco más, solo para hablar. Claro que si quieres algo más, me encantaría también.”
  • “Hablar estaría bien … pero solo un momento más.”

Hablamos tanto … y los minutos se volvieron horas. De pronto, mientras le contaba sobre mis estudios, de lo enamorada que estaba de la arquitectura, y de cómo soñaba con que el futuro me alcanzara para ser una profesionista, noté tal tristeza en su mirada, que yo también me entristecí.

  • “¿Sabes algo? Yo también amé una vez y me engañaron. Y no quiero volver a sentir el terrible dolor de la decepción … pero anhelo tanto sentirme amada de verdad. A veces sueño con un beso de amor que llegue a cada parte de mi cuerpo, y a mi alma también, ¡que me haga estremecer!”
  • “Si, es muy difícil sentirse decepcionado. Yo la amé tanto … pero al final, me dejó. Y a pesar de todo la sigo amando … y si volviera a mí, sin importar lo que ha pasado, la recibiría gustoso entre mis brazos.”

Oírlo decir eso, me puso muy inquieta. Había conocido un hombre que declaraba estar totalmente enamorado de una mujer, a la que le era fiel pese al rompimiento y las tentaciones. ¿Podía confiar en que había alguien así, para mí, en algún lugar? Tal vez… y sería mi gran amor, como debió ser aquel. Volví a sentarme en sus piernas, esperando desesperadamente recibir un poco de ese amor entre sus brazos.

  • “¿Puedo pedirte algo?, puedes tomarlo como mi regalo de cumpleaños, si quieres.”, le dije, mientras tomaba su rostro entre mis manos.
  • “Dime, ¿qué puedo hacer por ti?”
  • “¡Bésame! … cierra los ojos, y piensa que soy ella… el amor de tu vida … y bésame.”
  • “¿Qué?”, dijo algo exaltado, mientras me alejaba lentamente, “no, no puedo hacerlo, tú eres su hermana… no, no lo haré.”
  • “Somos un hombre y una mujer tristes … solitarios … que necesitan algún tipo de consuelo para su dolor. No se lo diremos a él, ni a nadie … será nuestro secreto, lo prometo. Déjame sentir el amor, aunque no sea mío, aunque sea ajeno, ¡por favor!”, le dije, acercándome a su rostro, mientras él miraba mi boca, y ponía sus brazos alrededor de mi cintura.

Cerró sus ojos, y lo hizo. Me besó lenta y apasionadamente al inicio, y luego, se deslizó ardientemente hacia mi cuello, mientras sus manos apretaban vigorosamente mis pechos. Pude sentirlo en cada parte de mi cuerpo, como anhelaba, y mi corazón inquieto esperaba que fuera mucho más allá de lo que le había pedido.

Fhernanda Oravia (pseudónimo) ha encontrado su voz en el fascinante mundo de la literatura erótica. Con una pluma que combina sensualidad y profundidad emocional, explora las complejidades del deseo, el romance, y la fantasía, creando relatos que cautivan a lectores y lectoras por igual. 

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