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Capítulo I
¡Nada ha cambiado en este lugar! La decoración de las paredes, las viejas mesas, la barra del bar… ¡siguen intactas!, tal como las recordaba. Sin embargo, el ambiente se sentía diferente. Hace más de 8 años que no regresaba a mi pequeña ciudad natal, desde que emprendí un largo viaje rumbo a lo que creía, sería el resto de mi vida. Los planes se truncan por eventos inesperados, por circunstancias totalmente fuera de nuestro alcance. Y esa noche llovía, como si el cielo hiciera eco de mis sentimientos. Pedí una botella de vino, para perderme en ella y calmar mi dolor.
- “¿Cuánto tiempo ha pasado?”, preguntó Franco, dándome un fuerte abrazo.
- “Como una vida, más o menos.”, le respondí.
Era el actual propietario del negocio, y un viejo amigo de la infancia. Para ponerlos en contexto, éramos tan inseparables y cercanos que nuestros maestros y amigos creían que éramos hermanos. Él era el chico extrovertido, guapo y muy popular de la escuela, y yo era una joven sencilla que iba colgada de su brazo, por todo el lugar. Lo amaba, en secreto, pero era demasiado tímida para decírselo, … y él solo me veía como su mejor amiga. No dejaba que ningún chico se me acercara, pues decía que era demasiado inocente y buena para todos en ese pueblo, incluido él.
En mi último año, le pedí que abriera mis ojos al mundo, a las cosas que jamás había hecho, pero que eran tan comunes a nuestra edad. Aceptó sin pedir explicaciones, pues entendía que no había nadie más a quien pudiese recurrir. Ni hermanos ni padre … solo una madre, para quien yo era un dolor de cabeza más en su triste y amargada existencia. Esa misma noche me enseñó el significado de la palabra “embriaguez”, robándole una botella de licor a su padre, el antiguo dueño del bar. En medio de aquel aprendizaje, recibí también mi primer beso. En su versión de la historia, yo se lo había pedido, pero estoy segura que fue él quien tomó la iniciativa. ¿Difícil de creer? … pues sí, incluso para mí.
Antes de marcharme de la ciudad, recuerdo que lo abracé … tanto. No podía parar de llorar sobre su hombro, como si al irme dejara con él mi corazón … ¡dolió demasiado! Le prometí que siempre estaría en contacto, y lo hice, al menos durante el primer año. La universidad me absorbió tanto, que ni siquiera podía dedicarme tiempo a mí misma. Luego apareció Ricardo, un chico de la facultad, con el cual me casé hace un poco más de dos años. Al ver a Franco nuevamente, después de tanto tiempo, sentí como si una daga atravesara mi pecho. Estaba aún más guapo, más alto de lo que recordaba … y su sonrisa, ¡cómo extrañaba la calidez de su sonrisa!
- “Y, ¿dónde está tu esposo?” me preguntó.
- “¿Cómo sabes que me casé?”, le cuestioné, mientras el posaba su mirada en mi mano.
- “Ohhhh, el anillo…”
Había olvidado quitármelo, ¡qué estúpida! Lo guardé rápidamente en el bolsillo, y continuamos hablando.
- “Él no me ha acompañado en el viaje … está bastante ocupado en esta época del año. Y ¿tú?, ¿te has casado, tienes hijos?”, respondí, evadiendo su pregunta.
- “¡Cómo si no me conocieras! Sabes bien que soy un espíritu libre, y lo seré siempre.”, contestó, mientras no dejaba de sonreírme.
Desde muy joven mostró su desprecio por la institución del matrimonio, y juró que jamás iba casarse. Posiblemente se debía al divorcio de sus padres y la relación tormentosa que tenía con ambos. Su atractivo le permitió tener muchas conquistas cuando joven, pero ninguna novia, y era muy posible que las siguiera teniendo.
Tuvo que irse a atender otras mesas, y me vi nuevamente sola y triste, en ese bar lleno de gente festiva y alegre. Sentí que todo lo que había hecho, desde que me fui, no había valido la pena. Era tarde para arrepentirse, muy tarde para pensar en lo que “habría” pasado de haberme quedado. Era tan tarde, y lo único que tenía frente a mí era esa botella de licor. Las copas iban y venían, de modo que perdí la cuenta. Entonces, él se me acercó con un vaso de vino, para brindar por mi regreso.
- “¡Vamos a celebrar que vuelvo a ver a mi mejor amiga, de toda la vida!”, dijo exaltado y bastante contento.
- “No tengo ánimos de celebrar … y no soy buena amiga. No te he visto como en ¿8 años?… La verdad, he sido bastante ingrata.”, respondí.
Después de un par de copas, y un interrogatorio bastante persuasivo, me encontré contándole la razón de mi inesperada llegada a la ciudad.
- “Un día salí temprano al trabajo, pues tenía una presentación importante en la mañana. Le dije que no iba a llegar al departamento en todo el día, y que nos veríamos en la noche. Pero la reunión terminó mucho antes de lo pensado, y no tenía nada más que hacer en la oficina. Entonces pasé por un supermercado y compré muchas cosas, pues quería prepararle una sorpresa … ¡me encanta cocinar!”
- “Espera, si le dijiste que no ibas a llegar en todo el día, ¿por qué no llamaste a decirle que los planes habían cambiado?, ¿o acaso ya sospechabas algo?”, preguntó.
- “No, yo solo quería darle una sorpresa. Así que llegué, abrí la puerta, y encontré ropa tirada por todo el piso. ¡Era ropa de mujer!, y también estaba su ropa. Cuando entré al cuarto, lo encontré haciéndolo con ella … y yo la conocía… era su secretaria. Me quedé observándolos por un momento, luego cogí algo de ropa del cuarto de lavado, y tomé el primer vuelo que encontré.”, le dije, mientras un torrente de lágrimas bajaba por mis mejillas.
- “¿Qué fue lo que más te dolió, al verlos juntos?”, me preguntó, intrigado y curioso.
- “No entiendo tu pregunta …”
- “Tú sabes que mi padre pasó por algo parecido. Él mencionó una vez que lo que más le había dolido era ver a mi madre involucrada con su mejor amigo. ¡Eso le dolió más que la infidelidad, más que haberla perdido!… ¿si me entiendes? Lo que más le dolió fue que ella estuvo con su mejor amigo y no que ella, con su infidelidad, había acabado con nuestra familia.”
- “Bueno … si he de serte sincera, lo que más me dolió fue verlos en el acto, tan gustosos y excitados… y sé que tal vez te parezca una respuesta algo fría, pero él y yo nunca tuvimos ese nivel de intimidad y conexión … nunca, ni cuando fuimos novios. Sentí celos y envidia de verlos así, tan apasionados.”, le respondí.
Cuando la realidad salió de mi boca, una parte de mí se sintió liberada. ¡No me había dolido su infidelidad … pues no lo amaba! Nuestra vida era totalmente monótona y aburrida. Lo quería, y mucho, pero cuando nos casamos lo hicimos pensando en que nos gustaban las mismas cosas, en que teníamos temperamentos parecidos, pero jamás sentimos una atracción intensa por el otro. Franco me miró, fijamente, por largo rato. Sé que una parte de él me juzgo, como posiblemente lo hizo con su madre, y tuve que explicarle mis sentimientos.
- “¿Y por qué seguías con él, si no lo amabas?, ¿por qué no lo dejaste?”
- “Él siempre fue cariñoso y considerado. Jamás me maltrató, jamás me reclamó nada, nuestra relación era sencilla y fácil de llevar … ¿qué más podía pedir? Él estaba cómodo conmigo, y yo …. creo que me conformé con la situación.”, respondí.
Su rostro cambió entonces. Comprendió mis sentimientos y lo extraño de mi situación. Me dijo que estuviera tranquila, que estaría pendiente de mí, mientras ahogaba mis penas en aquella botella. Se alejó para seguir atendiendo a sus clientes, pero posaba constantemente sus ojos en mí.
No había llegado a la mitad de la botella, cuando sentí que mi mente, de pronto, comenzaba a apagarse. Me levanté para salir de ahí lo más pronto posible, y no pasar la vergüenza de que me viera totalmente ebria. Llegando a la puerta sentí su mano sobre la mía, me llevó lentamente hacia su carro, y me ayudó a subirme en él.
- “No te preocupes, estás en buenas manos.”, me dijo, mientras conducía y acariciaba mi cabeza.
Al verlo tan atento y preocupado por mí, pude comprender que el peor error de mi vida había sido dejarlo. ¡Debí quedarme con él!, aunque fuese solo como amigos. Habían pasado tantas cosas en nuestras vidas que, tal vez, ya no seríamos los mismos. ¡Lo había perdido, desde el momento en que me fui!
Desperté de pronto con el sol destellando sobre la ventana, y un dolor tan intenso en mi cabeza que no podía procesar lo que ocurría a mi alrededor. ¡No era mi casa, y no era mi habitación! … debía ser la casa de Franco. Entonces, sentí el roce directo de mi piel con las sábanas. Sí, ¡estaba desnuda!, totalmente. Pero ¿cómo amanecí desnuda?… ¿cómo? Era una pregunta tonta, frente a todas las posibilidades que el alcohol podía brindar, pero jamás se me habría ocurrido pasar una noche con él, y menos sin recordarla. Miré al piso, encontré su camiseta, y decidí ponérmela para poder salir del cuarto. Necesitaba comprender lo sucedido, encontrar mi ropa, y tomar un gran vaso de agua con un fuerte analgésico.
- “Hola preciosa … ¡Qué borrachera te mandaste, eeeehhh!”, me dijo totalmente sonriente, con apenas su ropa interior puesta, mientras hacía lo que parecía ser el desayuno.
Comencé a buscar con la mirada algún indicio de lo que había pasado, pero no encontraba mi ropa, ni alguna señal que apuntara a que hubo intimidad entre los dos. De pronto, empezó a acercarse a mí, con una tasa de café en la mano.
- “Franco, estoy muy preocupada …”, le dije, mientras me besaba la frente, y me entregaba la taza de café.
- “¿Qué tienes? Si es por la resaca, acá tengo un analgésico, tranquila, estarás bien …”, dijo mientras buscaba rápidamente en un cajón, “… se me había olvidado que tú no bebes… o ¿sí?”, me preguntó.
- “Ocasionalmente, pero jamás así”, le respondí, luego de ingerir la pastilla que tan gentilmente me ofreció.
Se acercó, suavemente, y me abrazó fuerte… y de un modo diferente. Podía verlo claramente en sus ojos: ¡algo había cambiado! Su mirada no era la misma, y temía profundamente las razones que habría para ese cambio.
- “El problema es que no recuerdo nada… y estoy pensando que tal vez tuvimos sexo, porque desperté desnuda, y tú … estás raro. ¡Y nosotros somos amigos!, ¿no sé si me entiendes?”, le dije.
- “¿Estás preocupada porque no recuerdas nada de lo de anoche, o por nuestra amistad?”, dijo algo serio, mientras se alejaba lentamente de mí.
- “Por nuestra amistad, claro”, le respondí.
No era cierto. La verdad es que moría al pensar que estuvimos juntos, y no podía recordarlo. Tantas veces había soñado con ese momento, y tal vez me lo había perdido.
- “No te preocupes, no pasó nada. Aunque te me insinuaste tooooda la noche. Tranquila, yo también pensé en nuestra amistad, y no lo permití.”, contestó sonreído.
- “¡Sí, claro …! Entonces, ¿por qué amanecí desnuda?”, le cuestioné un tanto molesta, pues no podía creerle.
- “Voy a contarte lo que pasó, mientras desayunamos. Por tu ropa, no te preocupes, está en la secadora y apenas esté lista te la doy.”, dijo con tono misterioso.