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No había llegado a la mitad de la botella, cuando sentí que mi mente, de pronto, comenzaba a apagarse. Me levanté para salir de ahí lo más pronto posible, y no pasar la vergüenza de que me viera totalmente ebria. Llegando a la puerta sentí su mano sobre la mía, me llevó lentamente hacia su carro, y me ayudó a subirme en él.
- “No te preocupes, estás en buenas manos.”, me dijo, mientras conducía y acariciaba mi cabeza.
Al verlo tan atento y preocupado por mí, pude comprender que el peor error de mi vida había sido dejarlo. ¡Debí quedarme con él!, aunque fuese solo como amigos. Habían pasado tantas cosas en nuestras vidas que, tal vez, ya no seríamos los mismos. ¡Lo había perdido, desde el momento en que me fui!
Desperté de pronto con el sol destellando sobre la ventana, y un dolor tan intenso en mi cabeza que no podía procesar lo que ocurría a mi alrededor. ¡No era mi casa, y no era mi habitación! … debía ser la casa de Franco. Entonces, sentí el roce directo de mi piel con las sábanas. Sí, ¡estaba desnuda!, totalmente. Pero ¿cómo amanecí desnuda?… ¿cómo? Era una pregunta tonta, frente a todas las posibilidades que el alcohol podía brindar, pero jamás se me habría ocurrido pasar una noche con él, y menos sin recordarla. Miré al piso, encontré su camiseta, y decidí ponérmela para poder salir del cuarto. Necesitaba comprender lo sucedido, encontrar mi ropa, y tomar un gran vaso de agua con un fuerte analgésico.
- “Hola preciosa … ¡Qué borrachera te mandaste, eeeehhh!”, me dijo totalmente sonriente, con apenas su ropa interior puesta, mientras hacía lo que parecía ser el desayuno.
Comencé a buscar con la mirada algún indicio de lo que había pasado, pero no encontraba mi ropa, ni alguna señal que apuntara a que hubo intimidad entre los dos. De pronto, empezó a acercarse a mí, con una tasa de café en la mano.
- “Franco, estoy muy preocupada …”, le dije, mientras me besaba la frente, y me entregaba la taza de café.
- “¿Qué tienes? Si es por la resaca, acá tengo un analgésico, tranquila, estarás bien …”, dijo mientras buscaba rápidamente en un cajón, “… se me había olvidado que tú no bebes… o ¿sí?”, me preguntó.
- “Ocasionalmente, pero jamás así”, le respondí, luego de ingerir la pastilla que tan gentilmente me ofreció.
Se acercó, suavemente, y me abrazó fuerte… y de un modo diferente. Podía verlo claramente en sus ojos: ¡algo había cambiado! Su mirada no era la misma, y temía profundamente las razones que habría para ese cambio.
- “El problema es que no recuerdo nada… y estoy pensando que tal vez tuvimos sexo, porque desperté desnuda, y tú … estás raro. ¡Y nosotros somos amigos!, ¿no sé si me entiendes?”, le dije.
- “¿Estás preocupada porque no recuerdas nada de lo de anoche, o por nuestra amistad?”, dijo algo serio, mientras se alejaba lentamente de mí.
- “Por nuestra amistad, claro”, le respondí.
No era cierto. La verdad es que moría al pensar que estuvimos juntos, y no podía recordarlo. Tantas veces había soñado con ese momento, y tal vez me lo había perdido.
- “No te preocupes, no pasó nada. Aunque te me insinuaste tooooda la noche. Tranquila, yo también pensé en nuestra amistad, y no lo permití.”, contestó sonreído.
- “¡Sí, claro …! Entonces, ¿por qué amanecí desnuda?”, le cuestioné un tanto molesta, pues no podía creerle.
- “Voy a contarte lo que pasó, mientras desayunamos. Por tu ropa, no te preocupes, está en la secadora y apenas esté lista te la doy.”, dijo con tono misterioso.
Si era cierto que no había pasado nada, aún había esperanza. No quería que su recuerdo de mí, en lo íntimo, fuera tan embarazoso. ¡A penas recordaba como subí a su auto, no podía imaginar cómo me habría comportado en el sexo!
Se acercó a mí, y comenzó su relato:
- “Apenas llegamos al departamento, comenzaste a quitarte la ropa … y me repetías una y otra vez que habías esperado ese momento toda tu vida.”, dijo, entre risas.
Me sentí terriblemente humillada. Mi corazón empezó a doler, tanto, que solo pensaba en como romper los principios de la física y, simplemente, desaparecer de ahí.
- “Luego me pediste que te lo diera … duro, como jamás lo había hecho ningún hombre contigo. ¡Estabas totalmente desnuda frente a mí! … y créeme, estuve a punto de caer. Pero soy un hombre fuerte, y te dije que no era lo correcto. Entonces me dijiste un montón de groserías, y te fuiste a mi cuarto, a dormir.”
- “¿Es en serio? … ¡qué vergüenza!… ¡queeee verguenzaaaa!”, le dije mientras me cubría el rostro con las manos. No podía verle a la cara, luego de conocer mi actuación tan bochornosa.
- “Es una broma, tontita, no pasó nada. No hicimos nada, y no te desnudaste … aunque esa imagen mental estuvo muy, pero muy buena.”, dijo entre carcajadas.
- “¡¡¡Queeeeeee!!! …”
Quería matarlo… por la humillación, por la vergüenza, por su mentira, y por las falsas expectativas. Me abalancé hacía él como lo hacía cuando éramos jóvenes, y le sacudí de los hombros.
- “Eres un imbécil, un imbécil …”, le dije bastante molesta, pero aliviada.
Y ambos reímos … como antes. Empecé a comer más tranquila luego de saber que no hice semejante espectáculo. Él hacia bromas, sobre mi escaso sentido del humor y como la gran ciudad me había cambiado, intentando calmarme. Y, al final, lo logró. Cuando terminamos de desayunar, puso su silla muy cerca de mí, y empezó a hablar de lo sucedido, nuevamente.
- “La verdad es que yo tuve que ayudarte, para que pudieras quitarte la ropa.”, dijo bastante serio.
- “Es un chiste, ¿verdad?”, respondí, nuevamente preocupada.
- “No, no lo es. Cuando llegaste, me pediste café cargado, muy insistentemente. Te lo preparé y lo dejaste caer sobre ti … y estaba muy, pero muy caliente. Como te quemaste, trataste de sacarte la ropa desesperadamente, pero no podías… ¡estabas tan ebria, que te caíste intentándolo! Fue un momento muy gracioso.”.
Señaló una parte de mis piernas visiblemente marcada, y que además ardía. Llegado a ese punto, no sabía si quedarme con esta historia, o con la anterior. ¿Cuál era menos vergonzosa?, ¿cuál me permitía retirarme de su departamento, con un poco más de dignidad?
- “Ya entendí, … entonces, ¿tú ayudaste a sacarme la ropa y luego me llevaste al cuarto a dormir … verdad?”
- “No exactamente. Te voy a contar lo que pasó.”, dijo mientras ponía su rostro muy cerca al mío, y me acariciaba el cabello.
Él hacía esa rutina en el pasado: enroscaba mechones de mi cabello cuando iba a decirme algo que no tomaría nada bien. Se mantuvo en silencio, buscando las palabras precisas para no lastimarme.
- “Soy una mujer ahora, Franco, puedes contarme lo que pasó. Te prometo que sea lo que sea que haya pasado entre los dos, voy a ser fuerte.”
Le mentí, ¡no era nada fuerte!, y él lo sabía. Sus palabras iban a lastimarme, y no estaba lista para ellas. Pero debía enfrentar las consecuencias de mis actos, y demostrarle que no era la chiquilla que conoció hace años.
- “Yo te ayudé a que te quitaras la ropa. Luego me dijiste que te ardía la piel, así que busqué una compresa fría. Y cuando te la di, para que lo usaras en ti, me pediste que yo lo hiciera …”, e hizo una larga pausa, mientras tomaba aire y se humedecía los labios, “… sabes, ¡jamás había pasado por algo así! Estabas recostada en mi cama, casi desnuda … y terriblemente hermosa … con tu pequeña ropa interior de encaje, y me pedías que pasara mis manos por tu pecho, por tu vientre, por tus largas piernas. Así que lo hice… ¡y vaya que me costó!”, me respondió.
- “Y … ¿eso fue todo?”, pregunté, algo decepcionada.
- “No. Cuando terminé, intenté cubrirte con la sábana, y tomaste mi mano. Me pediste que lo hiciéramos … que siempre lo habías querido. No lo medité muy bien, porque estaba tan, tan excitado, ¿si me entiendes? Todo ese preludio me encendió, y ¡no pude evitarlo! Me saqué rápidamente la ropa, y luego te desnudé. Mientras tú me sonreías, yo disfrutaba del roce de mis manos por tu cuerpo. Y mientras te besaba, te tocaba lentamente … y con mis labios te recorrí toda.”
Mientras contaba la historia, sentía morirme. ¿Cómo no podía recordarlo? Lo que había pasado me superaba, me dolía … y me quemaba profundamente.
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